Comer en el cine es una práctica muy habitual, hasta el punto de que en los últimos años se ha ampliado la oferta de comida. Hasta hace relativamente poco tiempo, los espectadores solo podíamos comprar palomitas, patatas fritas y chuches pero ahora los cines también ofrecen nachos, hamburguesas, perritos calientes, etc. Pero, ¿por qué razón se nos despierta el apetito cuando entramos a ver una película?
La relación entre las salas de cine y la comida no es casualidad, tiene parte de base científica. El entorno en el que comemos estimula nuestros sentidos para que siempre caigamos en la tentación, el espacio también tiene un gran impacto en nuestros comportamientos y elecciones a la hora de comprar los snacks.
En las salas de cine, todo está pensado hasta el último detalle para crear un espacio sensorial que genere un ambiente tranquilo donde los espectadores puedan centrarse en la pantalla. La disminución de la iluminación hace que estemos más relajados, y en este estado solemos comer más porque la preocupación por la cantidad que ingerimos se desvanece como por completo.
Algunos estudios han comprobado que, en ambientes con poca luz, las personas tendemos a elegir comidas menos saludables y que los alimentos nos saben mejor. En el apetito que se nos despierta en el cine también influyen otros factores ambientales, como la climatización de la sala. Cuando la temperatura es baja, queremos comer más, ya que el frío consume nuestras reservas energéticas y, en consecuencia, el cerebro envía señales en busca de calorías.
Además, lo que vemos en pantalla también interviene en la costumbre de comer en el cine. Todos hemos visto en las película a personajes comiendo una hamburguesa o cualquier otra comida que ha despertado nuestro apetito en una escena y, casi de manera automática, hemos cogido un puñado de palomitas. Los expertos explican que se trata de un efecto de imitación, donde los espectadores comemos cuando lo hacen los personajes. Ahora bien, esto no ocurre siempre, únicamente cuando nos sentimos identificados con los personajes de la película.
Por lo que comer en cine no es sólo una práctica social que se ha implementado como actividad de ocio, sino que también lleva consigo una explicación científica sobre cómo en función de los factores ambientales comemos más o menos, o el por qué nos apetecen comidas menos saludables.
Aunque la evolución en la oferta gastronómica de los cines, que ahora incluye hamburguesas y nachos, mejora la experiencia, también presenta un dilema sobre la salud. Sería ideal que los cines ofrecieran opciones más saludables, como frutas o snacks integrales, para equilibrar el placer de comer con una alimentación más consciente. La relación entre cine y comida es compleja y, si se promueven elecciones más saludables, podríamos disfrutar aún más de la experiencia cinematográfica sin sacrificar nuestra salud.
Me sorprende ver cómo el ambiente del cine puede influir tanto en nuestras elecciones alimenticias. La combinación de luces tenues, el frío de la sala y las escenas de personajes disfrutando de comida nos hace más propensos a picar comida menos saludables. Es como si el cine estuviera diseñado para tentarnos. Aunque es divertido disfrutar de una buena película con palomitas, es bueno tener en cuenta cómo estos factores pueden afectar nuestros hábitos. La mejor solución para que esto no ocurra, ya que las palomitas están muy ricas, es compartirlas entre más personas para comer en menor cantidad.