Y mira que habíamos visto películas en las que jóvenes surfistas, rockeros, rebeldes, todos jóvenes y apolíneos, engullían hamburguesas prefabricadas como quién se traga la esencia de la juventud. Pero aquí, en la España de la transición, los restaurantes de fast food se podían contar con los dedos de una mano y la realidad superaba el deseo que el cine nos había inculcado fotograma tras fotograma.
Con el devenir de los años y la modernización del país, el cine perdió el misterio, y los hábitos alimentarios son el ejemplo. El mundo convertido en una enorme hamburguesa con kétchup.
“El mundo se convirtió en una enorme hamburguesa con kétchup”
La globalización alimentaria ha tenido en el cine a uno de sus mayores aliados. La influencia del cine en nuestros hábitos no es negativa, pero tampoco es siempre positiva. El cine crea fascinación por productos que no merecen de poesía por su naturaleza prosaica e industrial.
Estamos en un siglo en el que nada de los que aparece en las imágenes nos es extraño. Vemos una película japonesa y asistimos a una merendola de sushi con ojos de experto. O podemos ver una película sudamericana, y sabemos perfectamente a qué sabe una ensalada de nopal con el cilantro perfumando la mezcla.
“Estamos en un siglo en el que nada de los que aparece en las imágenes nos es extraño”
Todos los deseos que nos puede crear una imagen cinematográfica los podemos ahora satisfacer yendo a la tienda de proximidad, al supermercado o a una gran superficie cerca de casa. Si la parte positiva del cine ha sido la aceptación de los hábitos alimentarios foráneos, la negativa ha sido la homogeneización del gusto en contra de una singularidad fundamental para que, incluso, el cine se pueda nutrir de bellas imágenes.
Si en los setenta, las bellas imágenes gastronómicas provenían de Francia e Italia gracias al savoir faire de sus directores y su cultura, toda esta influencia positiva estuvo a punto de desaparecer por el colonialismo del cine americano palomitero.
“Todos los deseos que nos puede crear una imagen cinematográfica los podemos ahora satisfacer yendo al supermercado”
Una influencia que incluso cambió hábitos lingüísticos. Al bistec ruso de nuestras abuelas, por ejemplo, se le cambió el nombre por el de hamburguesa. Por suerte, el cine americano rompió sus hábitos regalándonos un personaje como Hannibal Lecter, el sofisticado caníbal que nos demostró que incluso en América existe vida fuera del fast food.
Tras el impacto de Lecter, subió el consumo de ris de veau acompañadas de un vino tinto. A mí me gustan rebozadas; el doctor Lecter seguro que las prefiere envueltas de un sabor más sofisticado. En este mundo,de norte a sur, de este a oeste, hay lugar para todos los gustos posibles pero es fundamental saber separar la paja del trigo.
https://www.lavanguardia.com/comer/opinion/20180128/44299397798/como-cine-ensena-comer.html
Este artículo me gustó mucho por que le hace justicia al dicho «comemos por los ojos», y más cuando de tratan de películas o series que nos gustan pues siento que abre más nuestro interés a probar lo que nos muestran, y ahora más que nunca eso es posible gracias a la globalización y el gran mercado que han creado enormes empresas. Sin embargo, una renovación de platos por otros que no son muy conocidos podría restaurar esa primera sensación de fascinación por un platillo nuevo.