Desde hace mucho tiempo, la comida ha sido algo más que una necesidad básica; representa la esencia de la identidad cultural de cada región. A través de los alimentos, las sociedades transmiten tradiciones, valores y conocimientos de generación en generación. Según un artículo de Current Anthropology, la comida “es un vehículo para la transmisión cultural” y, además, se destaca que “las elecciones alimentarias están determinadas no solo por factores biológicos, sino también por influencias culturales” (Mintz & Du Bois, 2002).
Esto significa que los alimentos que consumimos no solo dependen de lo que necesitamos físicamente, sino también de quiénes somos y de las tradiciones a las que pertenecemos. Por ejemplo, en Japón, el sushi no es solo pescado y arroz: es una expresión de respeto hacia los ingredientes frescos y locales, y de técnicas de preparación cuidadosas y precisas. En cambio, en México, los ingredientes básicos como el maíz, el chile y los frijoles, que son comunes en la mayoría de los platillos tradicionales, nos hablan de una historia influenciada por culturas indígenas y, más adelante, por la mezcla con la tradición española.
Estas elecciones alimenticias no se deben solo a la disponibilidad de los ingredientes, sino a significados más profundos de identidad y conexión. Como estudiante universitaria, cuando pienso en las recetas familiares o en los alimentos que asocio con momentos especiales, veo el impacto de mi cultura en mi propia dieta. La comida representa también la manera en que una comunidad entiende el mundo y celebra la vida, y esto va mucho más allá de solo “nutrirse”.