Con la llegada del invierno, los productos del mar claves para fortalecer la salud, regresan a nuestra mesa. Pero la demanda de este alimento tan beneficioso para la salud no se podría abastecer si no fuese por la acuicultura, que cumple un papel fundamental al asegurar la disponibilidad alimentaria a nivel global.
Las bajas temperaturas se instalan en el termómetro con la misma intensidad que disminuyen nuestras defensas. Es en esta época del año cuando el cuerpo reclama alimentos que fortalezcan el sistema inmunológico para evitar enfermarnos. Rico en proteínas, vitaminas y ácidos grasos omega-3, el pescado se ha convertido en un baluarte contra los rigores del invierno. Pero pocos son conscientes de que, sin la acuicultura, este tesoro nutricional sería un lujo inalcanzable para la mayoría.
La acuicultura, definida como el cultivo de organismos acuáticos, marca la hoja de ruta en el suministro de pescado durante todo el año. Esta actividad permite mantener una oferta estable de pescado, contrarrestando la incertidumbre habitual de la pesca extractiva. La Organización Mundial de la Salud recomienda consumir pescado entre tres y cuatro veces por semana. Sin la acuicultura, cumplir con esta recomendación sería difícil para gran parte de la población.
LA ACUICULTURA ESPAÑOLA: EL PILAR INVISIBLE DE NUESTRA NUTRICIÓN INVERNAL
Es un hecho poco conocido que, sin la acuicultura, más de la mitad del pescado que consumimos actualmente en el mundo desaparecería de nuestro alcance. Algunas especies, como el esturión, fuente del preciado caviar, ya dependen exclusivamente de esta práctica para su supervivencia y consumo.
En nuestro país, la acuicultura no solo democratiza el acceso al pescado fresco, natural y de proximidad, también estabiliza su precio en el mercado. En épocas de alta demanda, como las festividades navideñas, la acuicultura previene la especulación y el encarecimiento desmedido. Sin ella, estas celebraciones familiares se verían privadas de uno de sus elementos más característicos y nutritivos. Pero eso no es todo.
La importancia de esta actividad, en todo el mundo, responde a un contexto en el que la población mundial se acerca vertiginosamente a los 10.000 millones de habitantes, previstos para 2050; según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO), la acuicultura podría ser la respuesta sostenible para cubrir las crecientes necesidades alimentarias globales, sin poner en peligro los recursos planetarios.
En definitiva, la acuicultura no solo alimenta al presente; también salvaguarda el futuro de nuestros océanos y ríos, aliviando la presión sobre las poblaciones silvestres y contribuyendo a la restauración del equilibrio ecológico natural.
La acuicultura presenta ventajas significativas en nuestra sociedad desde muy diversas perspectivas. Desde un punto de vista ambiental es evidente su sostenibilidad, al ser una alternativa a la pesca comercial que reduce la presión sobre las poblaciones salvajes. Desde un punto de vista nutricional también creo que permite disponer de una fuente importante de proteínas en aquellas regiones donde la pesca es limitada. Y, en tercer lugar, estoy convencida de que permite un mejor control sobre la calidad y seguridad de los productos acuáticos disponibles para el comercio.
Sin embargo, también creo que esta práctica tiene algunas desventajas, como su potencial impacto ambiental, que puede perjudicar ciertos ecosistemas acuáticos si no se gestiona adecuadamente. También las elevadas densidades de población en piscifactorías pueden facilitar la propagación de enfermedades. Por último, en algunos casos puede generar conflictos de uso del suelo y agua, afectando a las comunidades locales donde operan las instalaciones.
En fin, pienso que la acuacultura tiene el potencial de ser sostenible, pero es muy importante su implantación de manera responsable y con una gestión adecuada para minimizar su impacto negativo.