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De las plantas de la sabana al plato preparado: breve historia de la alimentación humana y su transformación
La alimentación humana, y la forma de conseguir el alimento, ha atravesado grandes transformaciones desde tiempos de los primeros homínidos. Con el paso de los milenios, los métodos de caza y recolección fueron ampliándose y sofisticándose a medida que la inteligencia de nuestros ancestros iba aumentando y, con ello, aprendían progresivamente a conocer, aprovechar y dominar (en la medida de lo posible) su entorno.
Muy poco, o nada, queda en las grandes sociedades industrializadas de aquellos tiempos. El descubrimiento de la agricultura y la ganadería en el Neolítico, hace unos 7.000 años, fue poniendo paulatinamente fin al estilo de vida nómada y cambió para siempre nuestra relación con el medio ambiente. Tras aprender a producir su propia comida, el ser humano no volvería a verse en la necesidad de ir tras ella.
En la Sierra de Atapuerca, que cientos de generaciones de distintas especies de humanos frecuentaron desde hace al menos 1,4 millones de años por ser una zona de paso de animales como corredor entre las cuencas del Duero y del Ebro, las evidencias encontradas apuntan a una dieta carnívora en un 20 % y herbívora en un 80 % en el caso del Homo antecessor, la mítica rama ‘autóctona’ de la sierra burgalesa (en el sentido de que no se ha encontrado en ningún otro lugar) que vivió hace entre 1,2 y 800.000 años y de la que este 2024 se celebra el 30º aniversario de su descubrimiento. Uno de los rasgos característicos de Antecessor, del que se cree que compartía una fisonomía bastante similar a la del humano moderno, es también la práctica del canibalismo de crías de otros grupos de homínidos con los que convivía, posiblemente a consecuencia de guerras o disputas entre clanes.
Comer carne, una ventaja evolutiva
Otro momento crucial en nuestra forma de alimentarnos la heredamos hace unos 2.600 millones de años, cuando una mutación genética (la manera azarosa por la que se inician los cambios de mayor calado en el reino de los seres vivos) nos permitió pasar de una dieta herbívora a otra que incluía también carne.
David Canales, arqueólogo y guía de los yacimientos de Atapuerca, lo explicaba este miércoles así en una visita de varios medios de comunicación −entre ellos El Debate− a Burgos para entender cómo ha cambiado la alimentación desde tiempos de Atapuerca hasta nuestros días: «El aparato digestivo herbívoro consume mucha energía, sobre todo para digerir la celulosa. En África, Homo habilis, que era el que peor adaptado estaba, era el oportunista, el que comía lo que otros, como australopitecos o parántropos, dejaban, y es así como empieza a acceder a la carroña. Pero hubo un día en el que nació un individuo con una mutación que le permitió tener un colon fermentativo más pequeño que el de los demás, y que le va a permitir digerir las cosas más rápido. Ese colon fermentativo consume muchísima energía porque procesa la celulosa, por lo que el individuo ya no necesitará tanta energía para hacer la digestión. De esta forma, ese consumo de carne va a ser beneficioso. Finalmente, una vez introduces el fuego, la energía que gastabas al hacer la digestión ya no la gastas tú, porque es el fuego el que te está haciendo una predigestión» al cocinar los alimentos.
Esta mutación es una ventaja evolutiva que heredan muchos de los descendientes de dicho individuo a partir de ese momento y les permite adaptarse mejor al entorno. Y es, por tanto, la que finalmente se acaba imponiendo.
En cualquier caso, añade Juan Luis Arsuaga, proverbial codirector de Atapuerca, la Revolución del Neolítico, si bien nos hace la vida más cómoda, también reduce drásticamente la cantidad de animales que comemos: de las más de 200 especies que ingerían los humanos arcaicos a apenas unas 15 con la llegada de la ganadería. Posteriormente, otras patologías o lesiones −como las caries, inexistentes o muy poco comunes en la Prehistoria− han ido apareciendo a raíz de la producción de alimentos ricos en azúcares refinados, el sedentarismo y la creciente ingesta de procesados. «Nuestro problema», resume Arsuaga, es que tenemos un estilo de vida del siglo XXI «con una genética del Pleistoceno».
Comer en tiempos modernos
Un reflejo de ese estilo de vida en el que priman las prisas y la falta de tiempo para cocinar o generar nuestro propio alimento está a escasos 25 kilómetros de Atapuerca. Con un cuarto de siglo de experiencia, la burgalesa Hiperbaric, organizadora de la jornada en colaboración con la Fundación Atapuerca, se ha consolidado como líder de su ámbito (65 % de la cuota de mercado): la construcción de máquinas de procesado por altas presiones (un procedimiento conocido en inglés por sus siglas HPP). Esta tecnología, explicaba su presidente, Andrés Hernando, en una visita a las instalaciones de la empresa, tiene una aplicación muy útil en el mundo de hoy en día, pues permite «extender la vida útil y garantizar la seguridad alimentaria sin necesidad de añadir conservantes ni aditivos y manteniendo todas las propiedades nutricionales y organolépticas del producto».
El HPP consiste en aplicar a los alimentos (ya sea zumos, productos cárnicos, platos preparados, marisco o guacamole, entre otros candidatos posibles) 6.000 bar durante tres minutos a lo sumo. Este método consigue inactivar los microorganismos responsables del deterioro de los alimentos y, por ende, conservar las características nutricionales del producto fresco. En total, hay 700 máquinas en el mundo capaces de realizar este proceso, y más de la mitad son construidas por Hiperbaric, que las vende en su mayoría a clientes de Norteamérica (47 %), Europa (25 %) y Asia (19 %). No sabemos qué dirían los hombres y mujeres de Atapuerca si pudieran ver la alimentación de sus sucesores cientos de miles de años después de que habitaran este mundo, pero de lo que no cabe duda es de que quedarían absolutamente enajenados.
Por qué tiene tanta importancia la cocina en la serie ‘La Promesa’, ganadora de un Emmy Internacional
La gastronomía es una de las patas importantes de este producto audiovisual, que cuenta con un equipo de documentación y una persona se encarga de cocinar todos los platos que aparecen
Cuando se estrenó la bautizaron como el “Downton Abbey español”, pero tras casi dos años en antena, su reciente aterrizaje en Netflix y el Emmy Internacional con el que se ha hecho este lunes, la serie diaria de RTVE ha demostrado que va sobrada de personalidad propia. La Promesa, creada por Josep Cister Rubio, transcurre en el primer cuarto del siglo XX en un lujoso palacio del mismo nombre situado en el Valle de los Pedroches (Córdoba) y, más allá de sus laberínticas tramas, destaca por el mimo con el que tratan los aspectos culinarios de la ficción. No es de extrañar, cuando el propio Cister se define a sí mismo como “un loco de la gastronomía”. Para él, era impensable que la comida no jugara un papel fundamental.
“En ningún lugar se come tan bien como en La Promesa”, es un piropo que se repite a menudo en la serie. El secreto está en el equipo de cocina del palacio, que despierta la admiración de todo el que pasa por allí, ya sea para una simple merienda o para quedarse una temporada. Ese equipo, formado por tres de los personajes más queridos, tiene además un peso importante en las tramas. “Yo siempre digo que la cocina es uno de los pulmones que hace respirar a La Promesa. Sin la cocina, no sería lo que es”, dice Cister.
Simona es la cocinera más experimentada. Candela, su ayudante y amiga del alma. Y a ellas se une Lope, un lacayo que descubre que su vocación no está llevando bandejas, sino en los fogones y que, tras muchas peripecias, consigue trabajar en lo que le gusta, a pesar de que en La Promesa nunca antes habían tenido a un hombre en cocina. Simona y Candela ponen el sabor local y tradicional, mientras que el personaje de Lope es el que aporta una visión de lo que pasa fuera de España a nivel gastronómico, sobre todo en Francia. Él es quien introduce en palacio recetas como los éclairs, el parmentier o los volovanes.
Este peculiar trío protagoniza algunos de los momentos más divertidos, emotivos y didácticos de la serie. Porque con La Promesa se aprende, y mucho, de gastronomía española. Por ejemplo, lo que simboliza el huevo duro en un potaje de vigilia o que hay tantas variantes de la pipirrana como personas, pero también cosas más prácticas, como cuál es la mejor manera de recuperar la mayonesa cuando se corta, la ciencia que hay detrás de un buen cocido o el truco para que el arroz con leche quede bien cremoso. La ficción está plagada, además, de anécdotas históricas, como la explicación al color rojo de las puertas de las tabernas madrileñas (una forma de indicar a la gente que no sabía leer que allí se servía vino) o el guiño a que la palabra “cocreta” se recogerá algún día en el diccionario (a pesar del alcance de esta leyenda, la RAE aclara que nunca ha figurado en el diccionario académico).
Pero el protagonismo de lo gastronómico en La Promesa va más allá. Uno de los negocios familiares es una línea de mermeladas con recetas vanguardistas que logra un gran éxito y que, por supuesto, es fuente de múltiples conflictos. Nuestra ilustre gastrónoma Emilia Pardo Bazán ha salido a relucir en algunos episodios cuando a una duquesa de la zona le da por seguir sus pasos y elaborar un recetario. Y la comida ha cobrado importancia en momentos de gran peso dramático, como cuando Simona relata que unas manitas de cerdo lograron que el marqués empezara a superar la muerte de su primera esposa o cuando Lope prepara un cabritillo con trufa para homenajear a un compañero que acaba de morir, recordando que “la comida es uno de los placeres de la vida”, dice Cister.
Tampoco pierden la oportunidad de hacerle algún guiño a la actualidad. En esos meses en los que ir al súper era sinónimo de gastarse un dineral, hicieron una mención a la subida del precio de los alimentos que también tenía lugar en la España de la época en la que transcurre la serie. “Estando en la tele pública, creo que nuestra obligación es entretener y algo más. Ese algo más es siempre tener el retrovisor puesto, y estas series te permiten ver cómo hemos cambiado, para bien o para mal”, cuenta Cister.
Estos detalles son la demostración de que cuentan con un gran equipo de documentación. Diego Sandoval, del restaurante Coque, les asesoró en los inicios sobre algunos aspectos clave y, para las cosas más concretas, los guionistas se documentan con libros de todo tipo. El equipo de arte se encarga de que cada cosa esté en su sitio para sumergir al espectador en la cocina de aquella época. Para quien tenga la duda: sí, en La Promesa se come de verdad. Una persona se encarga de cocinar todos los platos que aparecen en pantalla y tienen hasta una vajilla propia con el emblema del palacio, un sueño personal de Cister, que logró cumplir hace un año. “Podrías decir ‘si esto no se ve, nunca haces un plano corto de un plato’. Pero para mí es importante cuidar los detalles, que la gente que está actuando aprecie que eso es real”, explica Cister.
Por supuesto, la comida es uno de los aspectos que más conversación generan en torno a la serie en redes sociales. “Ay, esto mi abuela lo hacía exactamente así’ o ‘Simona ha dicho que le pondría un toquecito de vinagre, así que se lo voy a poner yo también”, son solo dos ejemplos de los muchos comentarios que reciben. Hay quien les saca los colores señalando algún ingrediente o receta que está fuera de lugar, pero lo cierto es que se toman estas licencias de forma consciente, para poder reflejar un abanico culinario lo más amplio posible. “Cuando hacen pescado, por ejemplo, es algo que no sería normal en el Valle de los Pedroches, pero entendemos que La Promesa no solamente es el reflejo de ese lugar. Con el tiempo, se ha convertido en un reflejo de España”, dice Cister.
Veiganova, el obrador situado en una carretera que vende 500 empanadas al día (y envía a toda España)
El establecimiento, ubicado en Sanxenxo, lleva casi 30 años perfeccionando su receta de la elaboración gallega de la que ofrece hasta 25 variedades diferentes, entre ellas, la exitosa empanada de pulpo y queso de tetilla.
En la carretera que va de O Vinquiño a Sanxenxo, en la regional pontevedresa 504, hay un punto en el que se agolpan los coches estacionados en los laterales y una fila de personas aguarda pacientemente a las puertas de un obrador. Casi todas recogen sus pedidos encargados previamente en los que hay, principalmente, empanadas, el producto estrella de Veiganova (Vinquiño, 9 Bajo, Sanxexo). En época estival, esta panadería, comandada ahora en su totalidad por María Jesús Pérez Bea (44 años, Sanxenxo) ante la inminente jubilación de su padre, llega a despachar entre 500 y 600 unidades diarias de esta elaboración tradicional gallega que ellos, con el paso de los años, han ido mejorando hasta lograr un bocado de masa fina y ligera rellena de productos cuidadosamente seleccionados que ellos mismos cocinan.
“Tenemos una persona que se dedica solo a cocinar a diario el relleno”, cuenta Pérez Bea, a quien conocen como “Susi”, sobre uno de los secretos de las empanadas que producen. Ya es mitad de septiembre y ella y su equipo comienzan a coger aire tras la vorágine de los meses de verano en un municipio que, según datos de turismo, llega a multiplicar por siete su población durante la temporada vacacional. “En verano, el 80% de lo que despachamos son reservas”, dice, mientras confiesa que ya han conseguido poner algo de orden en el obrador, de unos 150 metros de superficie. La tienda, por el contrario, es un espacio bastante reducido en el que también venden panes y dulces típicos como la bica gallega —un bizcocho— que fabrican a diario.
La historia de Veiganova está a punto de cumplir 30 años. En 1995, el padre de Susi Pérez, Suso Pérez Torres, montó el negocio, aunque en la familia ya había tradición panadera y Susi Pérez es la cuarta generación que ha seguido en el oficio. Ella confiesa que se crio entre panes y empanadas y que tomar las riendas del obrador fue algo que surgió de manera natural. También recuerda cómo al principio, a lo largo de dos años, su madre y su padre llevaban a Madrid empanadas que después se servían en varios establecimientos. “Yo empecé a hacerlas como las hacían mis padres, pero poco a poco intenté mejorar la base”, sostiene.
En aquellos comienzos, apenas se hacían las clásicas de atún, carne y bacalao, pero ahora el catálogo asciende a unas 25 variedades poco habituales como la de lacón, grelos y chorizo “gallego”, puntualiza Pérez, o incluso dulces, como la de queso de tetilla con membrillo. La más exitosa, no duda al decirlo, es la de pulpo con queso de tetilla. “Nos ha dado mucha fama. Las clásicas se venden mucho, pero se nos conoce por las variedades diferentes”.
Preguntada por el secreto de una buena empanada, Pérez contesta sin dudar que es el relleno, que ellos hacen con ingredientes “frescos”, como la cebolla que utilizan —no es precocinada, como ocurre en muchos sitios, asegura Pérez— y “de calidad”. El pulpo que usan en su empanada estrella lo cuecen y lo pican en el propio obrador y ponerle ese mimo “da mucho sabor”. Sobre la masa, al principio la hacían con margarina, aceite, agua y harina y ahora le añaden también “huevos camperos”. “La amasamos diariamente, formamos la empanada y la horneamos durante 35-40 minutos”, describe y matiza que, para este último paso, utilizan un horno con leña de carballo y eucalipto. El resultado es una masa a medio camino entre el pan y el hojaldre.
En Veiganova no cierran en todo el año, aunque en invierno reducen su personal a la mitad. Venden las empanadas en tienda por unidades o mitades y, desde hace un tiempo, también las envían a toda España a través de la página web. “La empanada llega perfecta, envasada al vacío”, cuenta la propietaria. En el local (y online) se venden además dulces tradicionales gallegos como la bica —un bizcocho mantecoso, a 15 euros el kilo— o la larpeira (16 euros), de textura parecida a una mona o roscón pero con almíbar en el interior. “La única empanada que no vendemos por la web es la de tortilla con chorizo”, asegura, ejemplificando la variedad y originalidad de las elaboraciones.
11 escenas memorables de comida en el cine
La comida, como el amor, siempre está presente en nuestra vida aunque no siempre le pongamos el total de nuestra atención. En el cine, la comida (casi) siempre tiene un papel relevante: a veces es solo un elemento para unir o familiarizar a los personajes; otras veces es un protagónico.
La relación del cine y la comida en nuestra vida es inevitable. Está en las palomitas de maíz que no perdonamos cuando vamos al cine o le damos play a Netflix: pero también está en las escenas icónicas que se quedan en nuestra memoria y que nos antojan comer lo que el de la pantalla está comiendo, por ejemplo: las codornices en sarcófago del Babette’s Feast (Gabriel Axel, 1987), la hamburguesa con queso de Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994), o el espagueti marinara de Goodfellas (Martin Scorsese, 1990).
¿Cuál es tu escena favorita de comida en el cine? Aquí diez de las más memorables. (Quitamos las películas específicas de comida, no sin antes resaltar una frase de Julia Child —salida de Julie & Julia—: “La gente que ama comer, siempre es la mejor gente”).
Inglorious Basterds (Quentin Tarantino, 2009)
Difícil de olvidar la escena del strudel que pide Hans Landa (Christoph Waltz) y obliga a comer a Shoshanna (Mélanie Laurent), donde cada segundo, aún con esa delicia en la mesa, se hace cada vez más tenso. Entre el sonido crujiente del hojaldre y cómo llega hasta sus bocas esta escena es food porn absoluto.
Marie Antoinette (Sofia Coppola, 2006)
Ver la historia de la reina de Francia María Antonieta nos obliga a pensar en lo delicioso que pudo ser ella… bueno, antes de que la enfermedad hiciera su aparición; pero en los años dorados, un pastel, una copa de champaña o un macarrón podía arreglarlo todo. Los banquetes, las fiestas, los zapatos, la diversión que se vive en el Versalles de Coppola se quedó en nuestros sueños por siempre.
Eat, Pray, Love (Ryan Murphy, 2010)
Elizabeth (Julia Roberts) va en busca del amor propio y para ello debe hacer tres cosas fundamentales, pero lo que mejor le sale es comer. Al principio le cuesta trabajo deshacerse de la culpa por comer “carbs”, pero cuando entiende que no se puede conocer un lugar sin probar su comida, disfruta con todo su ser un plato de espagueti y una pizza Margarita que se come ella sola, sin importarle nada más en el mundo.
Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994)
“¡Hamburguesas! La piedra angular de cualquier desayuno nutritivo”, dijo Samuel L. Jackson en su papel de Jules Winnfield. ¿Qué clase de hamburguesas? “Hamburguesas con queso”. Esta escena, en la que Jules le da una gran y deliciosa mordida a una hamburguesa con queso de Big Kahuna Burger —marca inventada por el director— es pilar en la película que fue premiada con un Óscar en 1994. Aunque también recordamos la escena en la que Mía Wallace (Uma Thurman) cena malteadas con Vincent Vega (John Travolta) en Jack Rabbit Slims. “Es como fumar un helado”, dicen. Sí, también queremos una orden de eso, por favor.
Blue Is The Warmest Color (Abdellatif Kechiche, 2013)
Espagueti a la boloñesa es la respuesta a muchas dudas en esta película. Tan importante es esta boloñesa que casi se convierte en un personaje. No hay timidez a la hora de presentar los rojos y cárnicos tallarines en porciones abundantes. Tampoco hay decoro en la forma de comer de Adèle, quien come con voracidad, con gusto, sin preocuparse por la salsa que le escurre. Incluso hay teorías sobre la manera de comer de Adèle, pues es parte de su personalidad sensual y su libertad sexual. Cada vez que vemos esta escena se nos antoja comer el mismo espagueti. Así funciona el antojo: no solo deseamos el objeto, sino la sensación de gozarlo.
A Little Princess (Alfonso Cuarón, 1995)
Un día despertó y tenía un banquete servido para ella y su amiga Becky (Vanessa Lee). Sarah (Liesel Matthews) se va a dormir sin comer y cierra los ojos deseando saciar el hambre que no la deja descansar. Al despertar se encuentra con un banquete servido sólo para ella y su amiga Becky (Vanessa Lee). Están todas sus comidas favoritas y la escena está tan bien filmada que las ganas de comer llegan inmediatamente al espectador.
Crazy, Stupid, Love (Glenn Ficarra, John Requa, 2011)
Pizza + Ryan Gosling. ¡Oh si! ¿Necesitas más razones para verla? Ok, pues la mejor escena del filme —la que en realidad hace que valga la pena verla— es esa en la que Jacob (Ryan Gosling) espera a Cal (Stev Carell) comiendo pizza, así sin más, con toda la desfachatez del mundo.
Zombieland (Ruben Fleischer, 2009)
Si de algo nos acordamos, además de Emma Stone y Jesse Eisenberg, es de la búsqueda implacable por Twinkies de Woody Harrelson. ¡Claro!, son una excelente comida para el apocalipsis zombie: duran prácticamente para siempre.
El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006)
La joven Ofelia no pudo resistirse al banquete que brillaba frente a sus ojos y nadie la culpa, nosotros también hubiéramos caído en la tentación. Esta escena es clave en la historia de esta hermosa película.
Spirited Away (Hayao Miyazaki, 2001)
Ya hemos hablado de la importancia de la comida en ésta, una de las películas más representativas de Miyazaki. Tres escenas llenas de comida marcan esta historia: la primera es cuando los padres de Chihiro se convierten en cerdos; la segunda ocurre durante una cena de Chihiro con la bruja; y la tercera es la ofrenda al espíritu. Todo siempre se ve delicioso a pesar de que es un dibujo animado. Incluso existen blogs donde se comparten recetas y fotos de cómo luce en la vida real la comida de la película.
Matilda (Danny DeVito, 1996)
El castigo que le impuso Tronchatoro a Bruce fue comer un enorme —y a juzgar por cómo se ve, delicioso— pastel de chocolate. Esta escena marcó nuestra infancia y no sabíamos si se nos antojaba o sólo teníamos miedo de que nos pasara alguna vez.
Hay muchas más grande escenas en el cine que nos han hecho morir de antojo. Y podríamos pasar horas hablando de esas comida icónicas, aunque sería mejor si lo hacemos compartiendo un espagueti boloñesa, una hamburguesa con queso o un pastel de chocolate, ¿no?
https://www.vice.com/es/article/11-escenas-memorables-de-comida-en-el-cine/
Lulu Hunt Peters, la gurú de las dietas que nos tiene desde hace más de un siglo contando las calorías de todo lo que comemos
Información del artículo
- Autor,Laura Plitt
- Título del autor,BBC News Mundo
- 24 noviembre 2024
Figuran en la mayoría de las etiquetas de los comestibles y bebidas envasadas y aparecen incluso en algunos menús de restaurantes y bares: la información sobre la calorías está en todas partes.
Puedes saber cuántas gastas a diario mirando el cuentapasos de tu celular y, si vas al gimnasio, las verás titilando en el contador de la bicicleta fija o la cinta de caminar.
Pero es probable que aun sin ningún tipo de ayuda sepas que una ensalada de lechuga y tomate tiene menos calorías que una pizza y que correr te hará gastar más calorías que caminar.
Sin embargo, este cálculo que hoy nos parece una obviedad grande como una casa era hace más de un siglo una novedad absoluta.
La caloría como unidad de medida en el campo de la nutrición empezó a utilizarse a hacia fines del siglo XIX.
Pero fue recién en los años 20 del siglo pasado que saltó del campo de la ciencia al ámbito popular de la mano de Lulu Hunt Peters, una médica estadounidense que se graduó en la Universidad de California cuando apenas el 5% de los estudiantes de medicina eran mujeres.
Sus columnas publicadas en reconocidos medios del país, en las que documentaban su experiencia tratando de bajar de peso, contaban con miles de lectores, y su manual «Dieta y Salud: Con la clave de las calorías» (1918) se convirtió en el primer libro de dietas más vendido de la historia.
Y aunque hoy sabemos que contar calorías no es la mejor herramienta ni para llevar una dieta saludable ni para bajar de peso –estudios estiman que cerca del 80% de las personas que pierden gran cantidad de peso reduciendo su ingesta calórica vuelven a recuperarlo-, la obsesión por sumar y restar calorías sigue vigente.
Antes de indagar en por qué el modelo de Peters se impuso de la forma en que lo hizo y por qué muchos siguen contando calorías, empecemos por explicar cómo surgió la idea.
¿Por qué los perritos calientes o hot dogs se llaman así?
Perrito caliente o hot dog. Da igual cómo lo llames porque ambas palabras sirven para designar lo mismo: ese pan alargado y cerrado en cuyo interior hay una salchicha, junto con otros posibles ingredientes (cebolla, queso…) y salsas, siendo las más populares el ketchup o la mostaza, pero también la mayonesa o la barbacoa.
Este alimento es muy popular en todo el mundo debido a su sencillez y a su bajo precio, pero es en Estados Unidos donde su consumo es casi una religión, estando presente en acontecimientos deportivos, conciertos o multitud de puestos callejeros.
Sin embargo, su origen corresponde a los alemanes. A lo largo del siglo XIX fueron muchos los inmigrantes que cruzaron el charco para buscar una vida mejor y con ellos llevaron algunos de sus platos populares. Uno de ellos, eran las salchichas Frankfurt, también llamadas salchichas dachshund.
Como en Estados Unidos es muy típica la comida para llevar, no era muy práctico coger las salchicas en un papel porque los clientes se terminaban quemando, por lo que se incorporó ese trozo de pan con el que sujetar el alimento y poder comerlo fácilmente.
El dibujo que lo cambió todo
Respecto al origen de la denominación, como siempre, hay varias teorías. La más popular dice que un caricaturista llamado Tad Dorgan dibujó un perro salchicha dentro de un pan después de ver cómo en un partido de béisbol se vendía el producto. Y es que la palabra dachshund, además de ser el nombre alemán de las salchichas también hace referencia a los perros salchicha.
Gracias a ese doble sentido, hizo el dibujo y el término rápidamente se popularizó, cruzando fronteras y llegando hasta nuestros días, aunque no estuvo exento de polémica. Y es que debido a su nombre, la gente se empezó a preguntar si realmente era porque el pan contenía carne de perro y las ventas se resintieron. Aforttunadamente, hoy en día, el término es de uso común y ya nadie duda del contenido.
FUENTE; ¿Por qué los perritos calientes o hot dogs se llaman así? | Cómo (El Mundo)
Tortilla de patatas: dónde se inventó y cuál es su origen
La tortilla de patatas, también conocida como tortilla española, es uno de los platos más emblemáticos de la gastronomía española. Su sencillez y sabor han conquistado paladares en todo el mundo, pero su origen sigue siendo objeto de debate y curiosidad.
A lo largo de los años, diversas teorías y leyendas han intentado desentrañar el misterio de su creación. Desde Navarra hasta Extremadura, pasando por conventos y recetarios antiguos, cada historia aporta una pieza al rompecabezas de este delicioso manjar.
Navarra: la teoría más aceptada
Una de las teorías más populares sobre el origen de la tortilla de patatas sitúa su creación en Navarra. Según esta versión, durante la Primera Guerra Carlista en 1835, el general Tomás de Zumalacárregui buscaba un alimento nutritivo y económico para sus tropas. En su búsqueda, se encontró con una campesina navarra que, con los pocos ingredientes que tenía a mano —huevos, patatas y cebolla—, preparó la primera tortilla de patatas.
Esta historia ha sido ampliamente difundida y aceptada, en parte gracias a su sencillez y a la lógica de su contexto histórico. La necesidad de alimentar a un gran número de soldados con recursos limitados encaja perfectamente con la creación de un plato tan básico y energético.
Extremadura: un origen documentado
Otra teoría relevante señala a Extremadura como la cuna de la tortilla de patatas. El investigador del CSIC, Javier López Linage, descubrió documentos de 1798 que mencionan una especie de pan de patata, muy similar a la tortilla, que evolucionó al ser cocinado en sartén con aceite de oliva. Estos documentos atribuyen la creación a Joseph de Tena Godoy y Malfeyto y al marqués de Robledo, ambos de Villanueva de la Serena (Badajoz).
Según esta versión, la tortilla de patatas nació como una solución para enfrentar las hambrunas de la época, utilizando la patata, un ingrediente traído de América que inicialmente no fue muy apreciado en Europa. Esta teoría, aunque menos conocida, cuenta con el respaldo de documentos históricos que le otorgan una base más sólida y creíble. Además, resalta la creatividad y adaptabilidad de la gastronomía española para enfrentar tiempos difíciles.
La tortilla de patatas no solo es un alimento delicioso, sino también un símbolo de la capacidad humana para transformar ingredientes humildes en verdaderas obras maestras culinarias. Al final, lo más importante es disfrutar de este manjar en buena compañía, ya sea en un bar de tapas en Madrid o en una cocina familiar en cualquier rincón del mundo. Para leer mas sobre este articulo haz clic aqui.
FUENTE; LA RAZÓN: diario de noticias, actualidad de España y el mundo hoy
La revolución industrial y la aparición de nuevas tecnologías han permitido la producción masiva de alimentos y el desarrollo de la industria alimentaria
Sacado de; La evolución de la alimentación a lo largo de la historia
La revolución industrial fue un periodo de gran transformación en la sociedad, la economía y la tecnología. Uno de los cambios más significativos que se produjo durante esta época fue la forma en que se producía y consumía alimentos.
Gracias a la aparición de nuevas tecnologías, como la maquinaria agrícola y los sistemas de transporte, la producción de alimentos se volvió más eficiente y se pudo abastecer a una población en constante crecimiento. Esto permitió que los alimentos se produjeran en mayor cantidad y a precios más accesibles.
Además, la industrialización también trajo consigo el desarrollo de la industria alimentaria. Se crearon fábricas especializadas en la producción de alimentos procesados, como conservas, enlatados y productos envasados. Estos alimentos eran más duraderos, lo que facilitaba su transporte y almacenamiento.
La revolución industrial también tuvo un impacto en la forma en que se consumían los alimentos. A medida que las ciudades crecían y se concentraba la población, surgió la necesidad de alimentar a grandes cantidades de personas de manera rápida y eficiente. Esto llevó al surgimiento de los primeros restaurantes y cafeterías, donde se podía comer fuera de casa de forma más económica y conveniente.
La revolución industrial y las nuevas tecnologías tuvieron un impacto significativo en la producción y consumo de alimentos. Gracias a ellas, se pudo producir alimentos en mayor cantidad y a precios más accesibles, lo que a su vez cambió la forma en que se consumían los alimentos. La industria alimentaria se desarrolló y se crearon nuevos métodos de procesamiento y conservación de alimentos. Seguir leyendo sobre temas relacionados con esto →
Qué son los Soles Repsol y cómo se otorgan
En el mundo de la gastronomía se habla muchas veces de los Soles Repsol. ¿Sabes exactamente qué son los Soles Repsol, quién los creo, cómo se dan y cuándo? Te explicamos todo lo que debes saber.
Cuando hablamos de restaurantes muchas veces escuchamos hablar de los Soles Repsol. Es posible que incluso al visitar algún restaurante te hayas encontrado con la correspondiente pegatina en la puerta, ¿Qué son exactamente los Soles Repsol? ¿Cómo se entregan y quién se encarga de hacerlo? Damos respuestas a todas estas preguntas acerca de una de las distinciones gastronómicas más relevantes en España.
Qué son los soles Repsol
Los soles Repsol son los reconocimientos que entrega la Guía Repsol como sistema de calificación de los mejores restaurantes de España. Un restaurante puede recibir hasta 3 soles Repsol, que significan «una experiencia única». Los dos soles premian «un sitio que sobresale», mientras un sol premia ese restaurante «que recomendarías a un amigo y al que ya estás pensando en volver un montón de veces».
Los «soles» nacieron ya con la primera Guía del viajero editada por Campsa en 1979, guía precursora de la posterior Guía Campsa hoy conocida como Guía Repsol, aunque en aquel momento se comenzaron entregando hasta cuatro.
La guía se vio forzada a cambiar los soles por surtidores en 1983 tras no publicarse durante dos años, pero los recuperaría en 1989. Fue en el año 2009 cuando Repsol, empresa propietaria para entonces de Campsa, rebautizó la guía con su nombre y convirtió los soles en «soles Repsol».
Qué significan los soles Repsol
Los soles Repsol evalúan la calidad de un restaurante según el criterio de la Guía Repsol. Como hemos visto, un restaurante puede tener entre uno y tres soles:
- 3 Soles Repsol: es la máxima distinción que puede ostentar un restaurante en la guía. En la actualidad, 42 restaurantes poseen los tres soles, que la guía considera como “el destino final del viaje. Donde percibes nada más entrar que será una experiencia única”. Se premia la cocina que buscar portar nuevo conocimiento, que trabaja de forma cercana con productores locales, que ofrece bodegas sobresalientes y un servicio de sala a la altura.
- 2 Soles Repsol: hasta 155 restaurantes en 2022 poseen la doble distinción. Con ella, Repsol destaca “Un sitio que sobresale por desarrollar un concepto en el que la cocina muestra la madurez, el potencial y la ambición para seguir evolucionando”, poniendo también el foco en materias primas, técnicas, servicio o bodega. “Merece los muchos kilómetros recorridos”.
- 1 Sol Repsol: 469 restaurantes poseen un sol en la guía, restaurantes donde “es premisa la calidad del producto y la intención de elaborar una cocina honesta y coherente que irá creciendo”. Bodega y servicio también intervienen en la valoración. “Justifica hacer kilómetros o parar a conocerlo en medio de un viaje”.
Cómo se otorgan los soles Repsol
Actualmente, para otorgar los soles Repsol se pone en común la opinión de un equipo de 62 inspectores (frente a los 53 del pasado año), profesionales de distintos ámbitos sin vinculación directa con el mundo de la hostelería pero con gran conocimiento de la gastronomía de sus regiones, abarcando todas las comunidades autónomas: «abogados, diseñadoras, periodistas, catedráticas, ingenieros, músicos, economistas, psicólogos, galeristas, médicos…». Los inspectores de la guía Michelin son personas con mucho conocimiento en el mundo de la gastronomía que tienen entre 20 y 70 años y cuya pasión común es descubrir nuevos restaurantes que visitar, lo que en palabras de Repsol está «en las antípodas del estereotipado inspector elitista».
Ellos son los encargados de visitar los restaurantes y de aplicar un sistema de calificación desarrollado en 2018 con el asesoramiento del Basque Culinary Center en busca de reflejar fielmente la experiencia del comensal. La valoración se fundamenta en la parte gastronómica, pero también tiene en cuenta otros factores que terminan siendo determinantes a la hora de recomendar un restaurante: el espacio, la bodega, el servicio de sala o la relación del restaurante con los productores locales y su aportación a la economía local son también algunos de los aspectos valorados.
¿Qué es un Recomendado Guía Repsol?
Son restaurantes que no llegan a tener un sol pero que la guía quiere destacar igualmente por ofrecer una cocina y un servicio digna de mención. Por lo general, son restaurantes donde la clientela pone en valor una cocina sincera y de calidad. Con este reconocimiento Repsol busca que sus lectores estén al día sobre restaurantes recomendados y que potencialmente podrían llegar a conseguir un sol aportando su visión experta. La figura del restaurante recomendado existe desde la primera edición de la guía en 1979.
Qué es la Guía Repsol
La Guia Repsol es una guía de viajes editada por la empresa Repsol que con los años se ha convertido en una de las guías gastronómicas de referencia. Aunque la cartografía y los restaurantes convivieron desde su aparición en 1979 como Guia del viajero Campsa, lo cierto es que el papel de la guía como guía gastronómica de restaurantes en España se ha convertido en su principal negocio. La Cofradía de la Buena Mesa de Madrid y la Academia de Gastronomía asesoraban esa primera edición.
La guía nació con intención turística en una España que se abría a la democracia. Tras un parón en 1981 y 1982, continuaría editándose de forma ininterrumpida a partir de 1983 ya convertida en Guía Campsa, nombre que mantendría hasta 2009 cuando Repsol, que había integrado Campsa en los años 90, puso su firma en las tapas.
Cómo la Dieta Estadounidense Estándar de la posguerra desembocó en la actual crisis de los alimentos ultraprocesados
La Gran Depresión marcó un antes y un después en la historia de la alimentación en Estados Unidos, transformando tanto las políticas gubernamentales como los hábitos alimenticios de la población. Antes del colapso de 1929, el gobierno estadounidense mantenía una postura de laissez-faire, sin involucrarse en la alimentación de los necesitados. Sin embargo, con la crisis económica, el desempleo alcanzó el 25% en 1933 y las filas para conseguir un plato de comida gratuita se hicieron interminables. Fue entonces que la administración de Franklin D. Roosevelt, a través del New Deal, introdujo programas de asistencia alimentaria, marcando un cambio histórico: el gobierno asumió la responsabilidad de combatir el hambre.
Uno de los pilares de esta transformación fue la implementación de medidas para abaratar los costos de alimentación. Eleanor Roosevelt promovió la creación de platos económicos, como la ensalada de gelatina, aunque su calidad dejaba mucho que desear. Simultáneamente, se mecanizó la agricultura, se electrificaron áreas rurales y se incentivó la refrigeración doméstica, modernizando tanto la producción como la distribución de alimentos.
Con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, las autoridades detectaron problemas nutricionales en los jóvenes, muchos de los cuales eran rechazados del servicio militar por desnutrición. Esto impulsó políticas que priorizaban las calorías en la dieta estadounidense, lo que, con el tiempo, llevó a un mayor consumo de alimentos ultraprocesados enriquecidos con vitaminas. Tras la guerra, el auge de los supermercados y las “cenas de TV” introdujeron comidas precocinadas y convenientes, revolucionando la forma de alimentarse.
A partir de los años 70, el monocultivo de maíz y soja promovido por el gobierno contribuyó al desarrollo masivo de ingredientes como el jarabe de maíz de alta fructosa, base de muchos ultraprocesados. Esto resultó en una dieta cada vez más económica, alta en calorías y baja en calidad nutricional. Actualmente, el 58% de las calorías consumidas en Estados Unidos provienen de ultraprocesados, una cifra que contrasta con el 20-30% de países latinoamericanos como Brasil o México.
Las consecuencias de este modelo son alarmantes. Estados Unidos lidera en obesidad, con un 43% de adultos afectados, un fenómeno ligado al bajo costo y alta densidad energética de los ultraprocesados, que suelen ser tres veces más baratos que los alimentos frescos. Además, los hogares de menores ingresos enfrentan mayores tasas de obesidad, perpetuando desigualdades sociales y de salud.
A pesar de las críticas, las corporaciones que producen ultraprocesados ejercen una gran influencia económica y cultural, dificultando cambios significativos en la dieta estadounidense. Este panorama refleja cómo las políticas económicas y las decisiones industriales del siglo XX han moldeado los patrones alimenticios actuales, dejando un legado complejo que combina conveniencia, accesibilidad y serias implicaciones para la salud pública.