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La alimentación de los soldados durante la I Guerra Mudial
Esta guerra de trincheras ocupó cuatro años y tres meses de un combate que dio comienzo el 28 de julio de 1914, y ocasionó la muerte de más de nueve millones de combatientes y siete millones de civiles, lo que suponía entonces el 1% de la población mundial. Un conflicto que ya vaticinó en 1878 el primer ministro de Prusia, Otto von Bismark: “Europa hoy es un barril de pólvora y sus hombres son como líderes fumando en un arsenal. Una simple chispa desatará una explosión que nos consumirá a todos”.
En la película 1917 dirigida por Sam Mendes, se muestra la situación alimentaria precaria de los soldados en la Primera Guerra Mundial. En los años que duró el combate la alimentación de los soldados fue variando para hacerse, en los últimos tiempos, más dura y el sustento más escaso por una falta de previsión, ya que se esperaba que la guerra durase mucho menos tiempo. Sin embargo, hubo una técnica de conservación que fue constante, la de las conservas, sobre todo de carne. Suponían una forma fiable de asegurar el buen estado de los alimentos, además eran baratas, fáciles de almacenar y de distribuir. Cuando en plena zona de combate resultaba difícil alimentar a las tropas, se acudía a la Ración de Trinchera, conformada por carne enlatada y pan duro, café soluble y cigarrillos.
Los buenos días eran aquellos en los que el frente estaba en calma y, por tanto, los soldados podían permitirse la recepción de productos frescos provenientes de las cocinas más cercanas. Los británicos disfrutaban de pan, jamón, queso, verduras y té, mientras que los alemanes podían resarcirse con patatas, verduras, galletas, chocolate y café.
Finalmente, en 1917 la dieta básica de las tropas en las trincheras se había visto reducida a una sopa de guisantes y harina de nabo con trozos de carne de caballo, o al famoso Maconochie, un guiso de nabos y zanahorias fabricado por Maconochie Brothers. Esta era la única manera de subsistir para un soldado. Muchos murieron de hambre o por las pésimas condiciones en las que se encontraban.
https://www.tapasmagazine.es/alimentacion-soldados-i-guerra-mudial/
El restaurante de Valencia que envía ‘tuppers’ con mensajes a los afectados por la DANA: «Las palabras son como abrazos»
El establecimiento es propiedad de Miguel Burdeos, presidente de las marcas Bosque Verde y Deliplus y una de las víctimas mortales de la riada. Los destinatarios de los miles de táper han agradecido las frases de apoyo a través de las redes sociales y a los voluntarios que se los han entregado. Más información: La hostelería de Valencia ‘se ahoga’ por la DANA: «Hemos tenido 500 cancelaciones en dos semanas».
18 de noviembre 07:00 18 de noviembre 07:00 Adriana Calvo
Luján y Germán, de Villa Indiano, con los ‘tuppers’ solidarios.
Valencia
Se cumplen 20 días de la DANA que sumió a Valencia en una vorágine de fango, incredulidad y tristeza. La cifra de fallecidos ha aumentado hasta 219, la mayoría hallados en viviendas, aparcamientos y sótanos, tal y como informaba este domingo el Centro de Integración de Datos (CID). Tras más de dos semanas, las solicitudes de indemnización superan ya las 194.000 y algunas calles comienzan a resurgir del barro, aunque todavía queda mucho para volver a algo parecido a la normalidad.
El pueblo sigue luchando para renacer de la catástrofe, ahora con la ayuda de bomberos, ejército, policía y otros expertos. En esa primera línea de batalla se encuentran también restaurantes como Villa Indiano, ubicado en el municipio valenciano de Burjassot. Desde el primer día este establecimiento que colabora con Mensajeros de la Paz comenzó a elaborar tuppers de comida para distribuirlos en las zonas afectadas, un reparto al que también se sumó el chef Ricard Camarena. «Menos mal que tenemos grandes personas, ya que no tenemos grandes políticos», asevera Chabe Soler, directora gastronómica del local.
Sin casa, luz, gas o fuerzas para cocinar, recibir alimentos ha sido de gran ayuda para muchas personas, pero en Villa Indiano querían ir más allá y decidieron acompañar ese apoyo con una iniciativa que surgió de forma espontánea. «El 30 de octubre cancelamos toda nuestra agenda y vinieron voluntarios a ayudar con los platos. También había niños, así que les dijimos que pintaran un cartel bonito para dar ánimo a los vecinos, que les encantó», cuenta Marta Giménez, responsable de eventos del negocio.
Niños escribiendo mensajes de apoyo en post-its.
Esto les dio la idea de incluir en cada túper un post-it con un mensaje personalizado para insuflar fuerzas a los damnificados. «Teníamos muchos ya comprados para una actividad que queríamos llevar a cabo en Halloween, pero como se anuló todo por la DANA aprovechamos para darles otra salida», explica Giménez.
Y no pudo haber ido mejor: desde el pasado lunes han enviado más de 2.500 fiambreras con frases de aliento como ‘Hecho con mucho cariño, esperamos que os guste’ o ‘Estamos con vosotros’, todas ellas escritas por voluntarios. «Mi favorita fue una que decía ‘Un día más es un día menos para recuperarse'», recuerda Marta. No obstante, también reconoce que han tenido que retirar algunas notitas por ser un poco «bajoneras»: «Alguien escribió ‘Todos lo hemos pasado mal alguna vez'», rememora, entre risas.
Las reacciones no tardaron en llegar; muchos les han escrito por Instagram para agradecerles el esfuerzo. Tanto Chabe como Marta coinciden en que «las palabras son como abrazos» y sirven para hacerles sentir que no están solos en esto. «Es la sensación de que hay alguien al otro lado, que no nos olvidamos de ellos, no es sólo comida que puede haberse cocinado de manera industrial, ver el mensaje es palpar una parte más humana«, asegura Giménez.
‘Post-its’ en Villa Indiano.
Pero esta propuesta no sólo consuela a las víctimas de la DANA, también a todos aquellos que quieren ayudar y no saben cómo. «Hay gente mayor que desea contribuir de alguna forma, pero se sienten impotentes porque ellos no pueden ponerse a quitar barro», dice la responsable de eventos. «El otro día vino un grupete de ancianos de 80 años y entre todos rellenaron 50 papelitos».
Además de este proyecto, el establecimiento también organizó la semana pasada Què ha passat?, un taller con psicopedagogos y profesores de primaria donde explicaron a los más pequeños todo lo que ha sucedido y les ofrecieron herramientas para gestionarlo. «Vinieron cerca de 50 niños», calcula Marta. Asimismo, este domingo realizaron una mesa redonda con profesionales del sector de la comunicación para debatir sobre la cobertura mediática que se está haciendo de la tragedia.
Y es que Villa Indiano no es sólo un restaurante, también se definen como «jardín cultural», compartiendo el mismo espíritu que el espacio Convent Carmen (Plaza Portal Nou, nº 6, Valencia), ambos bajo el paraguas del grupo Calma y Acción. «Siempre tratamos de relacionar la gastronomía con eventos culturales», indica Chabe.
En su opinión, ahora queda lo más complicado: «Mi tatuadora de Sedaví, por ejemplo, no va a poder volver a abrir su tienda; Events & Style, los que organizaban las bodas a Ricard Camarena, tardarán mucho en recuperarse. Tenemos que empezar a centrarnos en cómo conseguir dinero y administrarlo bien para que esas pymes puedan resurgir como sea«.
Así pues, la solidaridad y las gestiones irán virando de lo más básico a lo más complejo, como la reconstrucción del capital y del día a día. «Mientras haya demanda, habrá tuppers«, aseguran. Y mientras haya tuppers, habrá mensajes en post-its para abrazar con palabras a los valencianos perjudicados; para que (como dice el lema de Villa Indiano) puedan sentir «palpitar la huerta y la vida» al otro lado del Túria. © El Español
La comida francesa a través del tiempo
1. Introducción a la gastronomía francesa
La gastronomía francesa es reconocida mundialmente por su calidad y diversidad, formando parte del patrimonio cultural de la UNESCO. Es una de las señas de identidad de Francia, junto con su cultura y patrimonio, destacando platos icónicos como croissants, baguettes, quiches y quesos. Este artículo explora los orígenes y características de esta tradición culinaria.
2. Orígenes de la cocina francesa
La cocina francesa tiene sus raíces en la Edad Media, marcada por banquetes opulentos, el surgimiento de la repostería y el uso de especias. Para evitar la monotonía de los ingredientes, se servían entre tres y doce platos simultáneamente, consumidos con las manos. Este estilo se centraba en carnes con salsas y un postre conocido como «issue de table». París, hogar de chefs que atendían a la realeza, fue el epicentro de esta evolución. Con el tiempo, la cocina francesa se transformó influenciada por movimientos sociales, políticos y artísticos.
3. Características de la gastronomía francesa
La cocina francesa destaca por su refinamiento y la variedad de platos, reflejo de la diversidad regional del país. Su evolución constante se debe al uso de productos locales de alta calidad y a la creatividad de sus profesionales. La combinación de comida y vino, junto con la estética de los platos, ha consolidado su prestigio global, siendo incluida en 2010 en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
4. Curiosidades de la gastronomía francesa
La gastronomía francesa cuenta con cuatro estilos principales: clásica, alta cocina, nouvelle cuisine y cocina rústica (cuisine du terroir). Su orden único de comidas incluye un aperitivo, una entrada ligera, un plato principal, queso, postre y café o licor al final. Además, Francia dispone de una amplia variedad de establecimientos culinarios, como bistrós, restaurantes y cafés, adaptados a diferentes horarios y ocasiones.
5. Aportaciones a la gastronomía mundial
La cocina francesa ha influido enormemente en la gastronomía global, con innovaciones técnicas como el glaseado, el baño maría y el flambeado, además de creaciones como el puré, el paté y la mousse. Por ello, se considera «la madre de todas las cocinas», ya que muchas técnicas y bases culinarias modernas provienen de esta tradición, haciendo de Francia un referente indiscutible en el mundo gastronómico.
https://www.institutfrancais.es/aprender-frances/blog/gastronomia-francesa-cocina-y-patrimonio/
¿Qué se comía en Galicia realmente en la época medieval?
El medievo regresa a Galicia en verano. Más allá de la de Ribadavia, las ferias medievales son desde hace unos años una de las atracciones que amenizan la temporada estival en muchos pueblos de toda la comunidad. Y como toda fiesta que se precie no fuede faltar la comida. No es nada raro encontrar una zona de food trucks donde hartarse de helados, crepes, kebabs o todo tipo de bocadillos como un noble caballero. Pero ninguno de esos productos responde a la realidad de lo que podía encontrarse en las ferias de la Edad Media en Galicia. Desde luego el que eligió el menú de estos eventos no echó la vista atrás.
Pero, ¿qué se comía entonces en la época medieval? Realmente la alimentación en esos años era muy distinta a la que estamos acostumbrados a día de hoy. De hecho, solo se hacían dos comidas al día: un almuerzo y una merienda ligera. Las cenas a altas horas de la noche no estaban del todo bien vistas ya que podían incitar a comportamientos indecentes e indecorosos.
El pan era uno de los grandes protagonistas de la alimentación medieval. Se estima que era uno de los comestibles más comunes entre todas las clases sociales, de hecho, el pan podía llegar a ser el 70 % de la ración alimentaria del día para muchas personas.
Las frutas y vegetales también tenían gran importancia en la dieta medieval. Coles, remolachas, cebollas, ajos y zanahorias eran materias primarias en cuanto a vegetales, mientras que las frutas más consumidas eran los limones, las naranjas amargas, los pomelos, el membrillo o las uvas. La fruta se servía fresca, seca o en conserva y en muchas ocasiones se utilizaba para edulcorar otros alimentos. Como dato importante, no se consumían alimentos como las patatas, el tomate, las judías, el cacao, las fresas o el maíz, que llegaron muy posteriormente.
La proteína animal se obtenía de un gran número de especies como por ejemplo el cerdo. La ternera y el buey se consumían de forma muy residual, ya que estos animales eran más valiosos como animales de trabajo que como alimento. Los animales salvajes procedentes de la caza también se utilizaban como fuente de proteína, incluidos erizos o ardillas. Las aves eran igualmente un alimento bastante consumido: el pollo, el cisne, la codorniz, la perdiz, la alondra o incluso la cigüeña eran platos muy habituales en la gastronomía medieval.
El pescado también era un alimento bastante común en la época. Se consumía sobre todo en épocas de ayuno religioso en las que comer carne no estaba permitido. Varias especies formaban parte de la dieta y se consumían en distintas presentaciones. Fresco, ahumado, en escabeche o en salazón. Estas técnicas permitían la conservación de estos alimentos a lo largo de los días. Según la cercanía con zonas acuáticas, las variedades de pescado que se consumían eran distintas. En las zonas bañadas por el Mar Báltico y el Atlántico el arenque o el bacalao eran los pescados estrella, mientras que en la zona mediterránea se consumía también una amplia variedad de moluscos. Las ballenas y las marsopas eran consideradas como pescados, lo mismo pasaba con el castor, un animal que al pasar gran parte del día en el agua se le consideraba un pescado más.
Las especias, aunque eran consideradas un lujo, se utilizaban de forma habitual en la edad media. La pimienta negra, la canela, el comino, el jengibre o los clavos se utilizaban para dar sabor a los alimentos y para disimular el sabor de la carne pasada. También era muy frecuente el uso de hierbas aromáticas que crecían de forma local como el perejil, la salvia, la mostaza o el eneldo que eran condimentos muy populares.
Cerveza, Vino, Sidra o Hidromiel, las bebidas más habituales
A la hora de beber, el consumo de agua era poco frecuente ya que las condiciones higiénicas no permitían tomar agua de forma segura. Para acompañar a las comidas, se bebía cerveza, vino, hidromiel o sidra. La cerveza se consumía en cantidades industriales. Se calcula que el pueblo llano podía llegar a consumir hasta seis litros de cerveza al día, una bebida que, probablemente, tenía un nivel de alcohol muy inferior al que estamos acostumbrados en la actualidad.
Los países mediterráneos eran consumidores de vino, especialmente entre las clases nobles, quienes podían producir sus propios caldos. El vino estaba muy presente en la comida medieval y se tomaba bien solo, mezclado con agua o aromatizado con hierbas o especias. Se estima que al final de la Edad Media, el consumo por persona rondaba el litro al día. La hidromiel – una fermentación de agua con miel- y la sidra también eran bebidas bastante populares en la Edad Media.
La leche pura no solía ser consumida por los adultos, excepto por aquellos que eran muy pobres o estaban enfermos. Normalmente era un alimento reservado a bebés o personas mayores. La leche fresca y otros productos lácteos no eran muy comunes en esa época debido, principalmente, a la falta de técnicas para su correcta conservación. Los alimentos lácteos más comunes eran la mantequilla y algunos quesos.
Las castañas y las gachas, alimentos comunes
En nuestro país, las castañas eran consideradas como alimento esencial, ya que en muchos lugares donde no tenían un acceso fácil a muchos cereales, estos eran sustituidos por las castañas como fuente de carbohidratos.
Otro de los platos más consumidos en el medievo eran las gachas. Estas papillas espesas se elaboraban con cereales cocidos en agua, leche o una mezcla de ambos productos. Las gachas eran consideradas en muchas ocasiones como un medicamento, ya que se consideraba que eran buenas para aligerar la digestión. Se solían cocinar en un recipiente metálico con carbón, aunque en los estratos más bajos de la sociedad se cocinaban en recipientes de barro y se calentaban con piedras calientes, lo que aminoraba su coste considerablemente.
Tortilla de patatas: dónde se inventó y cuál es su origen
Se trata de un plato típico de España que poco conocen cuál es su origen
La tortilla de patatas, un emblema de la gastronomía española, esconde un origen lleno de misterio y debate. Desde la teoría navarra del general Zumalacárregui hasta los documentos extremeños de 1798, cada versión aporta riqueza cultural e histórica. Descubre cómo este humilde plato se ha convertido en un símbolo culinario universal.
La tortilla de patatas, también conocida como tortilla española, es uno de los platos más emblemáticos de la gastronomía española. Su sencillez y sabor han conquistado paladares en todo el mundo, pero su origen sigue siendo objeto de debate y curiosidad.
A lo largo de los años, diversas teorías y leyendas han intentado desentrañar el misterio de su creación. Desde Navarra hasta Extremadura, pasando por conventos y recetarios antiguos, cada historia aporta una pieza al rompecabezas de este delicioso manjar.
Navarra: la teoría más aceptada
Una de las teorías más populares sobre el origen de la tortilla de patatas sitúa su creación en Navarra. Según esta versión, durante la Primera Guerra Carlista en 1835, el general Tomás de Zumalacárregui buscaba un alimento nutritivo y económico para sus tropas. En su búsqueda, se encontró con una campesina navarra que, con los pocos ingredientes que tenía a mano —huevos, patatas y cebolla—, preparó la primera tortilla de patatas.
Esta historia ha sido ampliamente difundida y aceptada, en parte gracias a su sencillez y a la lógica de su contexto histórico. La necesidad de alimentar a un gran número de soldados con recursos limitados encaja perfectamente con la creación de un plato tan básico y energético. Además, esta teoría ha sido popularizada por figuras mediáticas como los «@gemelosviajeros» en TikTok, quienes han contribuido a mantener viva esta versión del origen de la tortilla.
Extremadura: un origen documentado
Otra teoría relevante señala a Extremadura como la cuna de la tortilla de patatas. El investigador del CSIC, Javier López Linage, descubrió documentos de 1798 que mencionan una especie de pan de patata, muy similar a la tortilla, que evolucionó al ser cocinado en sartén con aceite de oliva. Estos documentos atribuyen la creación a Joseph de Tena Godoy y Malfeyto y al marqués de Robledo, ambos de Villanueva de la Serena (Badajoz).
Según esta versión, la tortilla de patatas nació como una solución para enfrentar las hambrunas de la época, utilizando la patata, un ingrediente traído de América que inicialmente no fue muy apreciado en Europa. Esta teoría, aunque menos conocida, cuenta con el respaldo de documentos históricos que le otorgan una base más sólida y creíble. Además, resalta la creatividad y adaptabilidad de la gastronomía española para enfrentar tiempos difíciles.
La tortilla de patatas es un testimonio vivo de la creatividad y adaptabilidad de la gastronomía española. Aunque su origen exacto sigue siendo un misterio, las diversas teorías y leyendas que rodean su creación reflejan la riqueza cultural e histórica de España. Desde Navarra hasta Extremadura, cada región aporta su propia versión, enriqueciendo aún más la historia de este plato tan querido.
La tortilla de patatas no solo es un alimento delicioso, sino también un símbolo de la capacidad humana para transformar ingredientes humildes en verdaderas obras maestras culinarias. Al final, lo más importante es disfrutar de este manjar en buena compañía, ya sea en un bar de tapas en Madrid o en una cocina familiar en cualquier rincón del mundo.
Tortilla de patatas: dónde se inventó y cuál es su origen
Tortilla sin huevo : la gastronomía hambrienta de posguerra
Almorta, tagarninas, ‘arroces’ sin arroz, huesos de jamón en alquiler… El hambre de muchos españoles tras la Guerra Civil abrió paso a nuevos ingredientes y platos que intentaban a duras penas recordar tiempos mejores.
El blanco pan de trigo desapareció de las mesas de miles de españoles durante la posguerra para tornarse negro. Y no fue lo único, también se volvieron inaccesibles para una mayoría pobre muchos de los alimentos considerados básicos: huevos, queso, carne, leche, fruta fresca o café. Solo había hambre.
Fue entonces cuando surgieron numerosos platos hijos de la carestía. Y no por esa repetida falacia de que el hambre agudiza el ingenio: no tener prácticamente nada que comer forzó a las clases populares a cambiar ingredientes en algunas recetas o a mezclar de forma inédita otros tantos por pura necesidad. Lo poco que había en la alacena se tenía que aprovechar. Más de una década de guisos casi vacíos, pan negro y sopas insípidas que conformaron una gastronomía tan propia como paupérrima: la de la posguerra.
Los alimentos que nadie quería
“En la posguerra las familias pobres comen incluso peor que antes de la contienda porque ya no tienen tan a mano patatas, col o tocino. La base de su alimentación pasa a ser legumbres, frutos y cereales de poco prestigio, como el centeno o la bellota”, comenta la gastrónoma Inés Butrón. Además de estos, había castañas, boniatos, lentejas, garrofa, altramuces o almortas, tal y como recoge la propia Butrón en su libro Comer en España. De la cocina de subsistencia a la cocina de vanguardia.
Precisamente la almorta, una planta leguminosa, provocó una epidemia a nivel nacional durante los primeros años de posguerra: “La epidemia de latirismo que tuvo lugar tras la Guerra Civil española tuvo una relación directa con el hambre y la desigualdad social. La falta de abastecimiento y la carestía de los alimentos propiciaron (…) un aumento de la producción y del consumo de almorta, guija, muela o tito”, ilustran en un estudio Isabel del Cura y Rafael Huertas, que explican que si la ingesta de almorta se mantiene por periodos de uno a tres meses en unas cantidades mínimas de 200 a 400 gramos, “puede desencadenar una afección neurológica tóxica sobre individuos normales o sobre población desnutrida”. Comían su propia enfermedad.
En una época de tanta hambre los límites de lo comestible se ensanchan y se empiezan a consumir alimentos que hasta entonces no se concebían como tales. La carne era algo prohibitivo, así que hubo gente que tuvo que consumir animales poco habituales: “Eso de dar gato por liebre viene de este periodo, porque el gato cocinado sabe casi igual que la liebre. En Extremadura incluso hubo gente que comió cigüeñas, perros o burros pequeños.
Aunque el hambre era algo generalizado a toda España, había diferencias entre aquellos que estaban en el campo y los que residían en la ciudad, donde vivían a merced de las cartillas y el estraperlo. “En el campo siempre había algún recurso, como las tagarninas, los cardillos o el palmito, que no encuentras en las ciudades.
Los platos de siempre, con otro sabor
Pero aunque los ingredientes cambiaron, los platos, o más bien la idea que se tenía de ellos, se mantuvieron. El café pasó a ser de achicoria, de cebada, de algarrobas o de bellotas tostadas.
La gente no quería dejar de comer los platos que llevaba años consumiendo, a pesar de que no tuvieran los ingredientes necesarios para elaborarlos. Así es como se entiende que el cocinero catalán Ignacio Doménech publicara en su obra Cocina de recursos (Deseo mi comida), escrita en 1937 y 1938, la receta de la tortilla de patatas sin patatas ni huevo, hecha con la parte blanca de las naranjas, cebolla, ajo, harina de trigo, bicarbonato y agua. O la de calamares fritos sin calamares, con cebollas, harina, agua y un poco de aceite. O los polvorones y las migas de bellotas que incluyen en su obra David Conde y Lorenzo Mariano.
El consumo de la carne se redujo muchísimo por su elevado coste —según apunta en un artículo Margarita Vilar, de los 30,92 kilos al año por persona en 1922-26 a 14,36 kilos en 1940—, lo que provocó que se hicieran muy populares guisos con frutos, cereales o legumbres sin bocado animal alguno.
Asimismo, la tesis doctoral de Isabel González Turmo, titulada Comida de rico, comida de pobre, revela la popularidad que alcanzaron recetas como el potaje de castañas, las gachas y poleás o los potajes de trigo en este tiempo. A este último plato lo llamaban en algunos pueblos de Andalucía el «arroz de Franco» o «arroz por cojones» porque, efectivamente, no llevaba arroz: se preparaba con trigo, tomate, pimiento, ajo y, como única grasa, aceite.
Tortilla de guerra con patatas simuladas
Esta es la receta que creó el cocinero Ignacio Doménech para su libro Cocina de recursos (Deseo mi comida), publicado en 1941 y redactado tres años antes. «En esta época, ni los enfermos pueden disponer de esos brillantes de la cocina que son las patatas. Lo mismo ocurre con los huevos, es un afortunado el que consigue huevos frescos a 50 pesetas la docena», escribió Doménech.
TORTILLA DE GUERRA CON PATATAS SIMULADAS
Ingredientes
Para 3 personas
- 3 naranjas de corteza gruesa
- Cebolla
- Sal
- 1 diente de ajo
- Aceite
- 4 cucharadas de harina de trigo
- 1 cucharadita de bicarbonato
- Un poco de pimienta blanca en polvo
- Agua
Preparación
1- Rallar la cáscara de la naranja hasta que aparezca la parte blanca.
2- Cortar esta parte blanca en pedacitos aplanados con un cuchillo fino. Echar las tiras en agua durante dos o tres horas.
3- Cuando haya transcurrido este tiempo, escurrir, salar y freír en una sartén con un poco de cebolla cortada como si se tratara de una tortilla de patatas normal.
4- Para la composición «huevo», frotar el fondo de un plato sopero con el ajo, añadir tres o cuatro gotas de aceite, sal, la harina, el bicarbonato, la pimienta blanca y 8-10 cucharadas de agua. Batir hasta que no se haga grumo alguno.
5- Mezclar la cebolla y las mondas de naranja fritas con la composición «huevo», verter en una sartén y cocinar por ambos lados a la manera de una tortilla tradicional. Servir.
https://elpais.com/gastronomia/el-comidista/2021/10/07/articulo/1633603639_999507.html
«Lo que la historia de la comida nos dice sobre vivir más tiempo»
En una reciente charla TEDx titulada «Lo que la historia de la comida nos dice sobre vivir más tiempo», Toni MacAskill exploró cómo las dietas del pasado pueden contribuir a la salud y la longevidad. MacAskill, del canal de YouTube «Plant Chompers», presentó sus hallazgos en la Cumbre de Longevidad TEDxBoston el mes pasado, donde argumentó que la nutrición moderna podría beneficiarse de un enfoque renovado en algunas de las diversas dietas ricas en plantas del pasado.
MacAskill comenzó abordando la idea errónea de que las dietas de siglos anteriores eran inherentemente poco saludables. Señaló que muchas de las guías alimentarias nacionales actuales se basan en patrones dietéticos antiguos, como las dietas mediterráneas y asiáticas, que enfatizan el consumo de cereales integrales, legumbres y una variedad de vegetales como base para la salud moderna.
Uno de sus puntos centrales fue el valor de los alimentos integrales y mínimamente procesados, un principio respaldado por la ciencia de la nutrición temprana. Durante la Primera Guerra Mundial, Harriette Chick, una pionera de la ciencia de la nutrición, combatió las deficiencias de nutrientes entre los soldados británicos utilizando alimentos a base de plantas como lentejas y guisantes germinados.
MacAskill también destacó la importancia de la diversidad de plantas en muchas dietas tradicionales, que solían incluir una amplia variedad de vegetales, cereales y plantas silvestres. Concluyó advirtiendo sobre el aumento de los alimentos «hiperpalatables», que son altos en azúcar, sal y grasa, lo que hace que sea más difícil dejar de comerlos.
MacAskill subrayó que las dietas tradicionales de los siglos anteriores, que priorizaban estos alimentos, han resistido la prueba del tiempo por una buena razón. Sugirió que al adoptar la diversidad dietética y centrarse en alimentos de origen vegetal mínimamente procesados, la sociedad puede abordar los desafíos de salud contemporáneos, aprovechando la sabiduría del pasado.
plantbasednews.org/lifestyle/health-and-fitness/food-history-living-longer/
Un estudio revela cómo se alimentaban los marineros romanos en alta mar
Una reciente investigación sobre la alimentación a bordo de los barcos romanos sugiere que se empleaban diversas técnicas para cocinar los alimentos. Pescado, gachas y sopas constituían una parte importante de la dieta que los marineros seguían en alta mar.
un reciente estudio publicado por Herman J. Van Vliet, historiador marítimo de la Universidad de Groningen, en la revista Journal of Maritime Archaeology ha reveladocómo y de qué manera preparaban sus alimentos y que ingerían los marineros romanos durante las largas y peligrosas travesías por el Mediterráneo.
Según el estudio, la logística en los barcos romanos fue evolucionando junto con el comercio marítimo. A medida que se construían navíos más grandes también lo hacían las cocinas a bordo. La cuestión que plantea el estudio es ¿cómo lograban cocinar en alta mar y cuál era la base de su dieta durante esas largas travesías?
A diferencia de lo que se pueda pensar, los romanos no dependían solo de alimentos frescos o en salazón. Van Vliet señala que se han encontrado los restos de rudimentarias cocinas en algunos de los pecios hundidos por todo el Mediterráneo. Estas estaban equipadas con grandes calderos y hornillos primitivosque permitían a los marineros preparar comidas calientes, lo que era todo un lujo para soportar las duras condiciones de navegación.
LA DIETA A BORDO
Entonces, ¿cuál era el alimento más consumido a bordo? Sin duda, el pan era uno de los alimentos básicos. Elaborado con cebada, era un alimento que podía conservarse durante largos períodos de tiempo. Sin embargo, también pescaban para complementar su dieta. Según Van Vliet, se han recuperado anzuelos y redes en varios naufragios, lo que confirmaría que durante las travesías se recurría a la pesca para asegurarse una fuente fresca de proteínas.
Además del pan y el pescado, los cereales y las legumbres también eran esenciales en la dieta de los marineros, ya que se utilizaban para preparar sopas y gachas que les proporcionaban una fuente rápida y fácil de calorías. Y no solo eso. Los arqueólogos también han encontrado restos de grano, aceitunas y frutos secos en diversos naufragios y puertos romanos, lo que sugiere que estos alimentos también formaban parte de la dieta a bordo.
TÉCNICAS DE COCCIÓN
Uno de los aspectos más interesantes de este estudio es la descripción de cómo se cocinaba a bordo sin arriesgar la seguridad del barco. Van Vliet describe el uso de braseros y estufas de carbón que producían calor sin llama abierta, lo que reducía considerablemente el riesgo de incendios. En algunos naufragios se han localizado baldosas y azulejos que se empleaban para proteger las áreas de cocina y así evitar accidentes.
Este interesante estudio también revela detalles acerca de los innovadores sistemas de cocción empleados por los marineros. Este es el caso de un brasero con un depósito de agua que fue descubierto frente a la costa de Israel. Este elemento controlaba la temperatura del fuego y evitaba que el plomo del brasero se derritiera. También se ha documentado la presencia de enormes calderos de cerámica que resistían altas temperaturas y permitían cocinar en medio de las duras condiciones del mar.
El estudio de Van Vliet destaca asimismo la importancia de una buena alimentación a bordo. Los pasajeros eran los responsables de su propia comida, aunque tanto la alimentación de los tripulantes, de los esclavos como la de los soldados era responsabilidad del Estado, lo que confirmaría la importancia de mantener bien alimentados a todos los ocupantes del barco.
«Lo que se cocinaba dependía de los hábitos de los marineros y de la disponibilidad regional de los productos. Había varias soluciones para recalentar los alimentos. Preparar pescado, gachas y sopas, traer pan de tierra firme y consumir alimentos en conserva podía garantizar que los marineros no murieran de hambre. Aun así, algunas fuentes hablan de ayunos involuntarios prolongados, que dejaban exhaustas a las tripulaciones. El sufrimiento del marinero romano era grande, pero sin la cocina a bordo habría sido mucho peor», finaliza el autor del estudio.
Los niños nacidos bajo el racionamiento de azúcar de la Segunda Guerra Mundial fueron adultos más sanos
Un estudio muestra que quienes nacieron durante las restricciones tuvieron un 35% menos de diabetes y un 20% menos de hipertensión
Las recomendaciones dietéticas dicen que los bebés, desde su concepción hasta cumplir dos años, no deben consumir azúcares añadidos. Sin embargo, las embarazadas suelen doblar el porcentaje de consumo de azúcar recomendado y la mayoría de los bebés consumen algún tipo de comida o bebida edulcorada a diario. Algunos críticos afirman que este tipo de recomendaciones se basan en estudios de poca calidad o demasiado breves. Para superar esas limitaciones, un equipo liderado por Tadeja Gracner, de la Universidad del Sur de California, ha utilizado la información generada por un experimento natural sucedido poco después de la Segunda Guerra Mundial, cuando, desde el final del conflicto hasta 1953, el racionamiento eliminó el azúcar de la dieta de los británicos, incluidos niños y embarazadas.
El equipo utilizó datos de un biobanco de 60.183 individuos nacidos entre octubre de 1951 y marzo de 1956, comparando la evolución de la salud de los concebidos antes y después del fin del racionamiento de azúcar en 1953. Durante el racionamiento, los adultos podían consumir hasta 40 gramos, la mitad que el consumo medio actual, y los menores de dos años no recibían nada. En un estudio que se publica hoy en la revista Science, observaron que, con el paso de los años, la restricción de azúcar durante los primeros 1.000 días de vida redujo el riesgo de desarrollar diabetes e hipertensión durante la vida en aproximadamente un 35% y un 20%, respectivamente, y retrasó el inicio de estas enfermedades en unos 4 y 2 años. El efecto protector fue más intenso para los que vieron restringida su exposición al azúcar tanto en el útero como en los meses posteriores al nacimiento. Los autores calculan que el 30% de la reducción de riesgo de enfermedad se debe atribuir a la exposición o no durante la gestación.
Aunque el trabajo no demuestra una causalidad entre el consumo de azúcar durante los primeros meses de vida y la protección frente a enfermedades, la observación del vínculo fortalece las razones para recomendar limitar el consumo de esta sustancia. Los autores del estudio ofrecen posibles explicaciones a sus resultados. Por un lado, tal y como se sugiere en la hipótesis del origen fetal de las enfermedades adultas, el consumo o no de azúcar de la madre puede cambiar la programación fisiológica del bebé desde el útero. “Nuestros hallazgos sobre el efecto del azúcar en el útero coinciden con los resultados de estudios en animales, que demuestran que las dietas con mucho azúcar durante el embarazo incrementan los factores de riesgo de diabetes tipo 2 e hipertensión […] o los estudios en humanos que demuestran una asociación entre una dieta rica en azúcar durante el embarazo y la lactancia y el riesgo de obesidad del niño”, escriben Gracner y sus colegas. Una segunda posibilidad es que saborear el azúcar al principio de la vida condicione para siempre nuestro gusto por lo dulce, como proponen algunos estudios. Si esto fuera así, se debería reflexionar sobre los efectos de que alrededor del 70% de productos para niños tengan azúcares añadidos, ya sean bebidas, leche de fórmula u otros alimentos.
Una de las dificultades para obtener conclusiones definitivas respecto a los efectos de medidas dietéticas aisladas es que no se puede tener a cientos o miles de humanos dentro de un entorno controlado durante décadas en las que se les da de comer solo lo que los experimentadores desean. Por eso, se utilizan métodos para aproximarse a la realidad, comparando los resultados de estudios observacionales en humanos con otros más controlados en animales. En este sentido, el efecto de consumir menos azúcar en los primeros meses de vida fue mayor en la reducción del riesgo de diabetes tipo 2 en mujeres que en hombres, una diferencia por sexos que ha aparecido también en varios estudios con animales. Además, el racionamiento de azúcar redujo el riesgo de obesidad, que incrementa el riesgo de enfermedades del corazón y metabólicas y sugiere una posible explicación biológica a los problemas producidos por el azúcar.
Gracner considera que “a medida que se intensifican las conversaciones sobre políticas como el impuesto al azúcar o a las bebidas azucaradas, o la regulación de los azúcares añadidos en los alimentos para lactantes o niños pequeños y su comercialización, comprender la relación directa entre el consumo de azúcar en etapas tempranas de la vida y las enfermedades crónicas es fundamental”. “Nuestros resultados contribuyen a este debate al vincular el azúcar con la salud y subrayar la importancia de la dieta en los primeros años para gestionar el riesgo de enfermedades metabólicas a largo plazo”, concluye.
El experimento natural del racionamiento tras la Segunda Guerra Mundial tiene similitudes con otro que tuvo lugar en Cuba entre 1991 y 1995. Entonces, durante el conocido como Periodo Especial, la falta de asistencia soviética tras la caída del imperio rojo dejó a la isla caribeña en una profunda crisis. Se cuenta que las bañeras de La Habana se utilizaban para criar cerdos, para ocultarlos. De consumir 3.000 calorías diarias por persona, los cubanos pasaron a tomar unas 2.200. Contra su voluntad, comenzaron a caminar más o utilizar la bicicleta porque no había combustible para propulsar los automóviles. Los habitantes de la isla recuerdan aquel periodo con el mismo cariño que los británicos la posguerra, pero, según un estudio que se publicó en la revista British Medical Journal, aquel plan radical de dieta y ejercicio mejoró la salud de los cubanos y su esperanza de vida.
Aquel resultado mostró que los cambios importantes en los hábitos que tienen mayores efectos sobre la salud no pueden ser una suma de decisiones individuales correctas. “Debe producirse en el entorno, que no tenga que tomar yo la decisión de elegir entre un alimento con mucha sal y uno con poca cada vez que voy a comer, porque eso no va a funcionar”, explicaba entonces Manuel Franco, autor del estudio. Algunos epidemiólogos como Franco plantean que es necesario que haya políticas que hagan, al menos hasta cierto punto, que estas decisiones, como sucedió con el racionamiento del azúcar, estén tomadas. Otro dilema es si, igual que se nos prohíbe consumir heroína o conducir a 200 y sin cinturón, es legítimo que el Estado nos obligue a comer sano.
Literatura y gastronomía: maridaje entre libros y comida
La alimentación es una de las necesidades básicas del ser humano. Desde el momento mismo en el que surgió la escritura encontramos textos que aluden a alimentos y comida, a su almacenaje y su comercio que se han convertido en lo que podemos entender como la prehistoria de la literatura gastronómica. A partir de ahí, se ha visto como el alimento ha sido utilizado en todos los géneros al largo de la historia desde distintos puntos de vista.
La gastronomía en la literatura a lo largo de la historia
En la Ilíada de Homero, por ejemplo, ya se explican los banquetes a base de cerdos y carneros asados al espeto que disfrutaban los soldados. Aunque quizás el primero texto en el que la literatura tenga la gastronomía como su tema principal sea el Calendario de Ananio, un texto poético del S.VI a.C., que en versos yámbicos describe un calendario gastronómico en el que no faltan alusiones a recetas como la gamba en hoja de higuera, los pescados en salsa de ajo y a ingredientes muy valorados en aquel entonces como el atún, la cabra o el buey cebado.
Será también en época romana cuando nos encontremos con un uso extendido de lo gastronómico como un elemento de descripción, como una caracterización de los personajes, lugares o pueblos descritos. Dentro de una cultura que contraponía lo civilizado a lo bárbaro, la descripción de los pueblos del norte de la Península Ibérica, recién conquistados por los romanos, es un buen ejemplo de metáforas culinarias en la literatura.
También encontramos en El Quijote como elemento descriptivo lo gastronómico dentro de la literatura española, de cuyo protagonista se explica, ya en la primera página, que «una olla de algo más de vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda».
Es ahora, también, cuando la coctelería gana carta de naturaleza en la literatura moderna, con ejemplos como el mint julep de El Gran Gatsby o las abundantes referencias al whisky con soda, al daiquiri o al martini, combinado que terminaría por ser relacionado fundamentalmente con otro personaje literario, el James Bond de Ian Fleming, en la obra de Hemingway.