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La Importancia de Valorar la Diversidad Alimenticia y Cultural
Vivimos en un mundo donde la comida rápida, los snacks empaquetados y las bebidas azucaradas parecen ser las opciones más visibles y accesibles. Sin embargo, cuando miramos más de cerca, vemos que la alimentación puede ser mucho más profunda que simplemente calmar el hambre o darnos energía. La comida, además de nutrirnos físicamente, puede nutrir nuestra identidad cultural, ayudarnos a conectarnos con nuestra historia y enriquecernos emocionalmente. Valorar y preservar la diversidad cultural en la alimentación es, en muchos sentidos, una forma de proteger una parte importante de nuestra identidad colectiva.
Cada plato típico o tradicional tiene detrás una historia única. Desde la paella en España, que refleja la abundancia de arroz en la región de Valencia, hasta la variedad de ceviches en América Latina, adaptados a los ingredientes frescos del mar y de la tierra de cada zona, la comida cuenta historias de migraciones, comercio y resistencia cultural. Estos platos tradicionales son mucho más que simples recetas; son la suma de años de prácticas transmitidas y evolucionadas, adaptadas al clima, a la geografía y a las circunstancias sociales de cada comunidad.
Para muchas personas, comer estos platillos tradicionales va mucho más allá del placer gustativo; es una experiencia que les conecta con su hogar, con su familia y con su herencia cultural. En un mundo donde las tendencias alimentarias parecen cambiar rápidamente y las dietas de moda vienen y van, tener una conexión con los alimentos tradicionales puede proporcionar estabilidad y un sentido de pertenencia. Según un estudio de Mintz y Du Bois publicado en Current Anthropology, “la comida no solo satisface una necesidad física, sino que también responde a una necesidad cultural y social al permitirnos conectar con nuestra identidad y nuestras raíces” (Mintz & Du Bois, 2002). Esto es algo que puede ser especialmente valioso para aquellos que, por trabajo o estudios, viven lejos de su país de origen y buscan en la comida un refugio y un recuerdo de su hogar.
Por otro lado, también existe una tendencia creciente a experimentar con nuevas comidas de distintas culturas. El hecho de que podamos ir a un restaurante japonés, a uno mexicano y a uno italiano en la misma ciudad es un reflejo de cómo la globalización y la diversidad nos permiten explorar y disfrutar de los sabores del mundo. Esta apertura es positiva, ya que fomenta la aceptación y el respeto hacia otras culturas y nos permite aprender a través del paladar. Sin embargo, es importante reconocer que cuando adoptamos platos de otras culturas, estamos tomando prestado algo que tiene un profundo significado para otras personas y comunidades. Comer una receta tradicional no debería ser solo una moda o una experiencia exótica; debe implicar un respeto y una curiosidad genuina por la historia y los valores de esa cultura.
Para las personas jóvenes y estudiantes, esto puede ser un llamado a profundizar en nuestras propias tradiciones culinarias. En un mundo tan conectado, puede ser tentador dejarnos llevar por lo nuevo y lo popular, pero también vale la pena explorar y rescatar los platillos familiares que quizás nuestras abuelas o madres preparaban en casa. No solo estaremos comiendo algo rico y posiblemente más saludable, sino que estaremos participando en una tradición que probablemente ha sido cuidada y transmitida a lo largo de generaciones.
Como estudiante universitaria, me doy cuenta de que cada vez que comparto o pruebo un platillo típico de mi país, estoy llevando una pequeña parte de mi cultura y mi historia a otras personas. Mis compañeros de otros países pueden probar mi cultura a través de la comida, y yo puedo hacer lo mismo con sus tradiciones. Esto es lo que hace que la comida sea un puente poderoso entre diferentes personas, algo que trasciende las barreras del idioma, la religión o las costumbres. Al compartir un plato, compartimos también un pedazo de nuestra vida y mostramos respeto y curiosidad por el otro.
Además, rescatar y preservar la diversidad alimenticia no solo tiene beneficios culturales, sino también ambientales y de salud. Muchas dietas tradicionales, basadas en ingredientes frescos y locales, son más sostenibles y tienen un menor impacto ambiental. A menudo, estas dietas requieren menos productos ultraprocesados y reducen la dependencia de alimentos que deben ser transportados largas distancias. La comida local y de temporada no solo apoya la economía local, sino que también ayuda a reducir las emisiones de carbono asociadas con el transporte y la producción masiva de alimentos. Así, preservar y valorar las tradiciones alimenticias puede ser una forma de apoyar un sistema alimentario más ético y sostenible.
Finalmente, es importante recordar que la comida no debe ser vista solo como una serie de calorías o nutrientes. La comida es una experiencia que activa todos nuestros sentidos y que tiene un impacto en nuestro bienestar mental y emocional. Desde la forma en que huele una comida recién hecha, hasta la textura y el color de los ingredientes frescos, comer es un acto que involucra nuestra mente y nuestras emociones. Comer conscientemente, disfrutando de cada bocado y sabiendo de dónde vienen los ingredientes, puede ser una práctica de gratitud y conexión.
En conclusión, la alimentación puede ser una herramienta poderosa para conectar con nosotros mismos, con nuestra historia y con el mundo que nos rodea. En un mundo que avanza rápidamente, rescatar y valorar nuestras tradiciones culinarias puede ser una forma de mantenernos anclados a lo que somos, mientras aprendemos a apreciar lo que otras culturas pueden ofrecer. La próxima vez que compartas una comida con amigos o pruebes un platillo nuevo, piensa en todo lo que ese plato representa y en las historias que lleva consigo. Valorar la diversidad alimenticia es, en última instancia, una forma de valorar la diversidad humana.
Más que tequeños del Mercadona: los productos de alimentación latinos ganan espacio en los supermercados españoles
Los alimentos de la gastronomía latinoamericana se hacen hueco más allá de las tiendas especializadas. En esta noticia descubriremos algunos productos procedentes de la gastronomía latinoamericana que han aumentado sus importaciones a España exponencialmente, esto por una parte nos permite aumentar y descubrir nuevos platos y productos para añadir a la dieta.
Cualquier desarraigado puede entender la emoción: encontrar aquel sabor de la infancia en una compra rápida en el supermercado tiene la capacidad de cambiarlo todo. Algunos productos de la cocina latinoamericana ya han saltado de las maletas de los familiares de los expatriados a las estanterías de los supermercados hace mucho. El dulce de leche argentino, los tequeños venezolanos y los tacos mexicanos fueron los primeros emisarios en el competitivo mundo del retail local, que amplía a paso acelerado la introducción de nuevos productos provenientes del continente americano. Desde la harina de yuca hasta las arepas listas para comer, los sabores típicos de América Latina se abren paso como productos de exportación y abandonan el nicho de la economía de la nostalgia.
“Nosotros hace 15 años pensábamos que sólo le íbamos a vender a los argentinos y a día de hoy esa no es la realidad”, apunta Diego Maccari, responsable de Caro Import, una compañía especializada en la importación, fabricación y distribución de productos típicos de la gastronomía argentina. Maccari ejemplifica con las ventas de la bebida icónica del Río de la Plata: “En 2023 vendimos un 40% más de yerba mate que el año anterior, eso no se explica si no es por el interés de los consumidores locales que hace crecer el consumo”. Los datos del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo confirman esta tendencia: en solo 10 años las importaciones de yerba mate a España han aumentado un 255% y solo en el primer semestre de 2024 superan los 7 millones de euros. El bum es tal que las hojas que dan sabor a esta infusión ya representan el 20% de las importaciones de te en España.
Alimentos Polar, el gigante venezolano detrás de la Harina P.A.N., coincide en el análisis. “Hemos observado una apertura por parte del consumidor local ante productos de otras partes del mundo”, comenta Toni Manzolillo, director comercial de la región Eurasia del Negocio Internacional, y señala su gran catálogo, que incluye no solo la harina de maíz, sino también empanadas, quesos frescos y arepas listas. Los datos facilitados por la empresa apuntan que la venta de tequeños de trigo, los grandes abanderados de la gastronomía venezolana, aumentó el último año un 9,8%, fuertemente apoyado por el acuerdo que une al fabricante con Mercadona, para quien produce estas preparaciones congeladas desde 2021.
“Tenemos un consumidor más variado y exigente”, explica Bernardo Rodilla, director de Comercio Minorista de la consultora Kantar. “Con un estilo de vida cada vez más heterogéneo, no es extraño que este tipo de productos puedan estar ganando peso en el mercado”, señala Rodilla. Además, los especialistas destacan que las nuevas dinámicas, caracterizadas por “ir menos veces a comprar y llenar más la cesta de la compra”, fortalece la necesidad de las grandes cadenas por innovar y aumentar su surtido con nuevas propuestas.
Los productos ecológicos provenientes de América Latina tienen un papel central en este catálogo ampliado, ya que combinan el interés por los nuevos sabores así como los beneficios para la salud que el consumidor en España está buscando. Frutos como el açaí, típico de la cultura brasileña, o infusiones como la moringa y el mate, forman parte, por ejemplo, de entre 490 referencias del surtido ecológico de la cadena ALDI en España. “El interés se refleja en los tiques de compra: un 21% ya incluyen, como mínimo, un producto ecológico”, apuntan desde la cadena de origen alemán.
Las distintas partes coinciden en que, además, la llegada de estas nuevas propuestas permite mejorar la propuesta de valor de las cadenas de supermercado, en un contexto marcado por la competencia y la “normalización” de la marca blanca. “Las semanas de gastronomía temáticas, por ejemplo, juegan un papel fundamental para dar una mejor experiencia de compra y ofrecer un posicionamiento distinto, incluso más allá del precio”, agrega Rodilla.
Desde importadores a minoristas, todos coinciden en que este nicho del mercado va a continuar creciendo. Además de la expansión orgánica de las comunidades de inmigrantes en España, combinada con otras tendencias globales como la fuerza de los platos ya preparados, aún quedan muchos sabores por descubrir. “Los productos mexicanos han tenido mucho éxito, igual que los argentinos, pero aún quedan otras gastronomías como Perú, Bolivia o Ecuador, que aún no llegan de igual manera al canal moderno”, resalta Maccardi.
‘Made in Spain’
Uno de los puntos más llamativos de estos productos, pese a recuperar los sabores e ingredientes típicos de otros países, muchas veces están producidos mucho más cerca de lo que parece. “Lo que no podemos importar, lo fabricamos aquí”, cuenta Maccari, quien produce en Barcelona más de tres millones de kilos y 7,5 millones de alfajores. Algo similar señalan desde Empresas Polar, que desde su planta de fabricación en Rivas-VaciaMadrid produce más de 2.690 toneladas de productos, que llegan, además del mercado local, a más de 60 países.